Observadores Onanistas

lunes, 11 de noviembre de 2019

MESA ELECTORAL 2.0.


Estoy hoy recién aterrizado de mi participación ayer en la mesa electoral, aún con el jet lag propio de las urnas, papeletas y burocracia varia. Mi segunda participación en este año, mi segunda intervención en lo que va de año y las dos veces de titular, ya casi soy el Messi de las urnas.

No digo que sea ningún record, pero, ¿dos veces en un año?, vamos hombre… Me aseguran desde el ayuntamiento que no hay ni trampa ni cartón, que es sorteo puro y duro, ¡pues joder! ¡la próxima vez podíais sortear un viaje al caribe! Me dice una amiga que es por causa de la despoblación, ese debate rural que ahora está tan de moda (al que no hace caso ni dios), a ver… me puedes poner todas las excusas que quieras, que es un pueblo pequeño, pero hombre, estoy seguro de que, si nos organizamos, tanto en las elecciones como en muchos otros aspectos el pastel estaría mucho mejor repartido.

Es que esto de formar parte de una mesa electoral, tendría que ser ya como la mili, voluntario, porque estoy seguro que habría un montón de gente dispuesta a estar en la mesa, no sé, gente que quiera ganar un dinero extra, quizás estudiantes o gente que esté en el paro o por ejemplo alguien que no se le ocurra otra cosa mejor que hacer un domingo.

Porqué si, en las mesas electorales se cobra, concretamente yo percibiré 65 euros, que, si echo cuentas, con las 14 horas que me pasé en el colegio electoral, me sale a unos míseros 4,65 euros la hora. También habrá gente que me diga que tengo derecho a reducción de 5 horas en mi jornada laboral de hoy (por supuesto las he disfrutado). Sinceramente, no cambio 14 horas de mi domingo por 5 horas de un lunes ni de coña, yo si se disfrutar de mi tiempo libre, yo si sé en que gastar mi tiempo un domingo, ¡prefiero incluso tener resaca!

Claro que esos 65 “eurazos” más los otros 65 de la anterior en este año, lo mismo luego me cruje hacienda por tener varios pagadores. 

Dos veces en un año… Me paro a pensarlo y me surgen dos opciones: una, lo he hecho tan bien en la primera que quieren que repita, y dos, lo he hecho como el culo y como en el colegio, ¿no salió bien en junio?, ¡pues para septiembre!... ¡Y espérate tú! Que como no lo haya hecho bien en esta lo mismo me toca repetir curso al año que viene, y no es tan descabellado, la gente de ayer en su paso por las urnas era lo que más repetía: “Seguro que no se ponen de acuerdo y hay otras elecciones para 2020”. No sé si habrá otra vez elecciones para 2020, pero lo que tengo claro es que, si las hay, ¡me toca otra vez fijo!, ¡no hay dos sin tres! En realidad, sé de sobra porque me ha tocado estas dos veces, es karma puro y duro, llevaba varios años ya descojonándome de mi amigo Pablo porque siempre le tocaba a él en las elecciones y al final llegó la reacción a mi acción, me lo tengo merecido, y lo acepto, ahora solo me queda comprobar de cuantas mesas electorales está compuesta mi condena.

Realmente esto de que te toque pringar en las elecciones es un “pifostio”, no solo por la cantidad ingente de horas de la jornada, ni por el paupérrimo aporte a tu bolsillo, añade también las pautas a seguir, la seriedad y la rectitud del proceso, como por ejemplo que tengan que demostrar su identidad personas que conoces perfectamente… Te llega unos días antes un librito con las instrucciones para llevar acabo tu cometido y es como leerse el prospecto de un medicamento, te enteras de la mitad, al final vas haciendo sobre la marcha como buenamente puedes, intentando no liarla, que como es un acto tan solemne y de tal envergadura, no sea que vayas acabar en el paredón de fusilamiento. Luego además hay que rellenar un montón de papeleo, repartirlo en sobres, que si para la delegación, que si para el juez de paz, que si para Correos, en unos originales, en otras copias, espero no haberme equivocado ni en un solo papel, que lo mismo me lo descuentan del sueldo.

Dos veces en un año, 2 domingos, 2 jornadas de 14 horas… y hay que ir, si o si, pocos argumentos tienes para librarte, y hay que estar, no vale colgar el cartelito de “vuelvo en 5 minutos”. Podría ser todo más ameno, más sencillo, muchísimo más fácil… ¿Somos españoles no? ¿Es la fiesta de la democracia no?, Pues joder, ¡poned las mesas electorales en los bares! así nos divertiríamos todos, seguro que tendría también muchísima más afluencia y me imagino a los parroquianos coreando cada vez que saliese su partido en el recuento de votos, que marketing más malo lleváis, ¡cuánto tenéis que aprender aun del futbol!

No voy a entrar en temas de ineptitud política, no voy a tratar el despilfarro en gastos inútiles en unas elecciones, ya bastante encabronados estaréis por vosotros mismos como para que venga yo a avivaros vuestros fuegos internos, solo me dejé caer por aquí para contar mi doble experiencia, mi mesa electoral 2.0 en un año. 


Lo único que pido, es que la próxima “invitación” a una mesa sea para comer, cenar o tomar algo, ¡que las papeletas me salen ya por las orejas!



martes, 29 de octubre de 2019

ENFRENTÁNDOME A MIS MIEDOS.


Llevo tiempo dándole vueltas a esto, mucho tiempo, muchas vueltas, demasiado, demasiadas, no sé si es miedo, desgana, o un rotundo “no me da la gana”, el caso es que lo voy dejando, para más adelante, quizás otro día, cuando esté más animado… Está claro que cuando algo no nos apetece cualquier excusa es válida y bienvenida, y el tiempo va pasando, porque el tiempo siempre pasa y no perdona, y la bola se va haciendo cada vez más grande, como todo lo que dejas sin hacer, como todo lo que etiquetas con la palabra “mañana”.

Sí, creo que es miedo, no voy a negarlo, porque si fuese otra cosa tendría agarrado ya el toro por los cuernos, pero no hoy, ayer o antes de ayer, estaría ya firmada la resolución a este sin sentido, pero el miedo es libre, campa a sus anchas y transita a su puta bola por nuestras vidas en cuanto le dejamos la puerta abierta y le permitimos entrar. Sí, creo que es miedo, no tengo porque negarlo, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Internet me muestra las claves para enfrentarse a los miedos, nada especial, nada que no sepamos todos ya: Dejar de huir (lo natural es poner excusas para afrontarlo), Dejar de negarlos (el primer paso para superarlo es aceptarlo), Dejar de luchar (cuanto más luchas contra ello más grande se convierte), Hacerse amigo de tus miedos (Se trata de normalizarlo como una emoción incómoda y pasajera) y por último, Afrontarlos como una oportunidad para crecer (un maestro que te enseña) … Me termina de convencer una frase de Nelson Mandela: “No es valiente quien no tiene miedo sino quien sabe conquistarlo”

¡Pues ya está! ¡A por ello! ¡Se acabaron las excusas! ¡¡¡Hoy limpio el horno!!!

A ver… Que nadie se echa las manos a la cabeza, está guarrete, pero tampoco nivel piso de estudiantes, está guarrete, pero no como para que viva ahí el Demogorgon, que sí, que está guarrete pero ni siquiera como para que venga Chicote repartiendo collejas. Repito parábola: al que no le saque de sus casillas limpiar el horno que tire la primera piedra.

Vuelvo a internet buscando la panacea, el remedio milagroso para sorprender al enemigo en la batalla. Agua, bicarbonato, vinagre, ¡empezamos! Quito las bandejas y las rejillas, echo producto, y comienzo a frotar, se empieza a volver todo parduzco, supongo que es porque está saliendo la mugre, el vinagre, o los gases de la reacción de esta con el bicarbonato me están dando un puntito fiestero y todo, lo mismo no lo tenía que haber hecho con vinagre de vino, da igual, es la que tenía por casa, sigo frotando, pero el trapo se engancha en todos los lados, donde se sujetan las rejillas, en los agujeros del ventilador, las resistencias… Esto tenía que estar diseñado más rollo vitro, ¡todo plano y punto!

No me termina de convencer el resultado, esperaba algo más, no sé… ¿reluciente?, me voy al súper a buscar algún producto de limpieza que lo mismo es más eficaz que los milagros de internet. ¡Joder! ¡Me tenía que haber pillado un horno pirolítico!, que no sé exactamente lo que es, pero por lo que he oído, tú te piras y se limpia solo, de ahí el nombre.

Vuelvo del súper con “Mr Muscle” (se va a cagar el horno de las narices), pone que elimina la grasa sin frotar ni rascar ósea que debe ser algo así como un pirolítico en spray, debería de echarlo y pirarme, pero por si las moscas voy a leerme el “prospecto”.

“En caso de salpicadura y para evitar quemaduras, lávese con agua fría durante al menos 20 minutos” ¿En serio? Esto da “yuyu”, eso no es lavarse, yo he hecho duchas que han durado bastante menos tiempo. “Proteja adecuadamente el suelo debajo del horno y las superficies externas que lo rodean” ¿proteger el suelo? ¿pero yo que he comprado? ¿¿¿uranio enriquecido??? “Desconecte o desenchufe el horno” Vamos a ver… El horno o le enciendo o está apagado, no puedo desconectar, no trae un “on/off”, tampoco puedo desenchufar, ni siquiera veo el enchufe, está todo encastrado en la cocina y no voy a desmontar media cocina por el Mr muscle este. “Cierre la puerta y deje actuar el producto un máximo de 30 minutos” ¿Qué puerta?, ¿la del horno?, ¿la de la cocina?, ¿la de casa?, ¡debería ser más preciso!

Pues nada, realizado el proceso, lo de “elimina la grasa sin frotar ni rascar” … ¡mis narices!, lo de “Mr muscle” sin embargo bastante más acertado, un par de repeticiones más frotando y rascando y me habrían cobrado la cuota del gimnasio… Y el resultado… Pues que quieres que te diga… Yo me esperaba un “a estrenar” y me ha quedado más tirando a “de ocasión”. Aparte de quedar un olor indescriptible, entre antiséptico y limpia muebles que espero que no se quede agarrado en la próxima pizza que meta al horno.

Y la próxima vez… la próxima vez ni miedo ni leches, ni vinagres ni míster músculos, ¡¡¡la próxima vez yo me doy la pirólisis al bar!!!.




domingo, 20 de octubre de 2019

EN MEDIO DE LA TORMENTA.


Sucedió este verano, me sucedió este verano.

Como tantas otras veces decidí salir a correr, a disfrutar de una de mis pasiones, bueno, más que pasión podría casi definirse como terapia, desfogarme de la toxicidad diaria liberando endorfinas y absorbiendo toda la energía que proporciona la naturaleza, una de las mejores medicinas que conozco. Entre camino y asfalto me quedo con lo primero, me gusta alejarme de ruidos, de coches, de casas y de gentes, cielo arriba, tierra abajo y en el medio yo, alrededor elijo árboles, montañas, ríos, o cualquier atrezo presumiblemente modificado solo por el paso del tiempo y no por la mano del hombre, por eso uno de mis lugares favoritos es un monte cercano, mi conexión a la desconexión, mi portal de entrada a mi otra dimensión.

Suelo mirar el tiempo antes de salir a correr, máxime tratándose de días raros, de esos que está el día, que sí, que no (que caiga un chaparrón), máxime cuando ni siquiera sé cuánto tiempo voy a estar ahí afuera, no me gusta demasiado planificar, disfruto más dejándome llevar y la “excursión” puede llevarme una hora como cuatro, depende de las sensaciones del momento, lo mismo me harto de correr, pero me apetece caminar porque me siento a gusto, o porque encontré un nuevo camino que me apetece explorar, o porque así estaba escrito, ¡vaya usted a saber!

El caso es que hacía un día de “que sí, que no, que caiga un chaparrón”, y yo estaba ansioso por salir al monte, y me puse una vez más mi traje de “superhéroe runner” (un disfraz como otro cualquiera), miré “la meteo” en internet (como tantas otras veces): Chubascos débiles, Probabilidad de lluvia del 10%, 0,4 mm y pensé, eso no es nada, he salido a correr con lluvia muchísimas veces, me he mojado corriendo montones de veces, si llueve será otra de tantas.

Según cogía el camino al monte me crucé con Vicente que viendo que iba en aquella dirección me dijo:
-          Está un poco negro, ¿No te da miedo?
-          Pues no (respondí).
Vamos que no le hice ni puto caso, iba ensimismado en mi camino, preparando mi música para la sesión que me esperaba, encendiendo mi gps e iniciando la sesión en mi aplicación de corredor. Y ya se sabe, que cuando uno está tan encerrado en sí mismo no atiende a las señales que en ese momento le manda la vida.

Y llegué al monte, y empecé a correr, a disfrutar del sufrimiento que encierra esta loca adicción, a sentir el aire limpio en la cara y en los pulmones, a zambullirme en la paz que me proporciona la “urbe vegetal”, y comprobé que si cogía un camino me alejaba de la parte negra del cielo y así lo hice, y llegué hasta un claro con el cielo despejado, con los nubarrones a mi espalda, solo eran chubascos débiles, solo una probabilidad del 10%, solo 0,4 mm, ¡tampoco era para tanto!, pero me había alejado bastante y tendría que volver.

Tomé dirección de regreso, según avanzaba, la cosa se ponía cada vez más lúgubre, me encaminaba hacia Mordor o quizás era Mordor el que se dirigía a mí. Y mi cabeza empezó a “mal funcionar” a entrar en la aplicación de “inminente preocupación”.  Sé que una tormenta de verano se puede formar en un abrir y cerrar de ojos, pero ¡joder!, había mirado “la meteo”, las probabilidades eran “bajérrimas”, ¿Qué tendría que haber hecho? ¿Mirar también la marea barométrica? ¡Coño! ¡Iba al monte de al lado de casa, no al Himalaya! Sopesé mis alternativas, bordear la tormenta me podría llevar demasiado tiempo, tanto que seguramente me quedaría sin horas de luz, y cabía la posibilidad de que esta girase en cualquier dirección, no me quedaba otra, ¡había que pasar por Mordor sí o sí!

Cogí un camino, luego otro, intentando buscar la ruta más corta para escapar cuanto antes de ese cielo mortecino, el último camino no tenía salida, solo monte, pinos, encinas, hierbas, maleza, estaba perdido, tiré de orientación para salir de allí, monte a través, y empezó a llover, primero una lluvia fina, tenue, pero solo era el preludio de la que se avecinaba, unos minutos después empezó a diluviar, y de repente un rayo, tan potente, tan cercano, que me dejó paralizado, en seco, que prácticamente me ciega y que hizo que se me pusiesen todos los pelos de punta, el punto de desasosiego se convirtió en un miedo real, tenía la tormenta encima y estaba perdido literalmente.

Intenté ordenar mis ideas, repasar las cosas principales que más o menos sabemos todos de lo que hay que hacer o no en caso de tormenta: No resguardarse en sitios solitarios que destaquen en altura (rocas, arboles solitarios), allí no había grandes alturas, árboles solitarios tampoco, había un montón de ellos, incluso intenté guarecerme en alguno de los que me parecieron más frondosos, pero tampoco tenía claro si eso era una buena idea o no y la lluvia era tan intensa que poco o ningún resguardo me ofrecían aquellos frondosos árboles, se sucedieron los rayos, nuevamente cegándome, nuevamente demasiado cercanos, y al punto de ellos el trueno, en un rugido ensordecedor, lo que indicaba que estaba dentro de la boca del lobo, todo era caótico, y de repente empezó a granizar, y se vinieron a mi cabeza imágenes de los destrozos que suelen generar los granizos, si estos llegaban a ser grandes ya no tendría escapatoria, seguí intentando darle a la cabeza en medio de tanto desbarajuste: Deshacerse de objetos metálicos que ionicen el aire (bastones, móviles), bastones no llevaba, pero el móvil, casi sentía que era mi única salvaguarda, mi único amparo, cuando estás en un momento tan jodido tu cabeza solo hace que ponerse en lo peor, quizás el móvil hasta me sirviese para una última despedida, así que no, no me deshice de él. Otra de las opciones que recordé es que si te pilla “el marrón” tírate al suelo con las extremidades junto al cuerpo, y poco me hubiese importado pues calado ya iba hasta las pestañas, pero no era el agua lo que me preocupaba, era la imponente fuerza de los rayos a escasos metros, el resonar de los truenos que se te metía hasta en el pecho y el granizo que poco a poco iba picándome como si tuviera un enjambre de hielo a mi alrededor. ¡Estaba acojonado!

Decidí correr, decidí correr como no lo había hecho en toda la tarde, decidí salir de allí como fuese, me costaba avanzar, el granizo me golpeaba, no era demasiado grande pero sí bastante molesto, duraría como 5 minutos, pero a mí me parecieron horas, los rayos seguían cayendo muy cercanos, pero en un pequeño instante de optimismo decidí que esa tarde no había ningún rayo destinado para mí, tras el granizo regreso el diluvio, casi no podía ver mientras corría, encontré por fin un camino y avancé por él, tras una curva casi me topo con un enorme corzo que corría también pero en dirección hacia mí, supongo que el animal también aterrorizado por el desconcierto intentaba poner pies en polvorosa, y el ruido del agua, los truenos y demás no nos percató al uno del otro hasta que estábamos prácticamente a unos 20 metros.

Estaba extenuado, fundido, sin aliento, con el corazón desbordado, pero al fin escapando de la tormenta, me hice ya con un camino conocido de regreso y la lluvia empezó a aminorar, las zapatillas se hacían cada vez más pesadas con el barro que se adhería a las suelas, estaba en la última bajada del monte y por ambos lados del camino discurrían ya pequeños arroyos formados por la abundante agua caída recientemente, intenté correr por el medio pero la tierra se tornó resbaladiza y con el efecto de la pendiente más de una vez a punto estuve de dar con mis huesos en tierra, opté por continuar por los arroyos, corriendo con el agua por los tobillos, realmente ya lo mismo daba, no quedaba un centímetro de mi ser que no estuviese calado incluso en algunas partes con trozos de barro que salían despedidos de las zapatillas o del chapoteo por los pequeños arroyos.

Llegué a casa y me quité toda la ropa encharcada y embarrada directamente en el porche y entré en casa totalmente en pelotas, dejando un pequeño rastro de agua tras de mí, encendí el grifo de la bañera y la llené hasta los topes y me zambullí, como buscando refugio, como necesitando un abrazo cálido que el agua en ese preciso instante podía ofrecerme y mi cuerpo recibió con agrado ese calor, comencé a relajarme al mismo tiempo que se empañaban los espejos.

Ya una vez a gusto, con el cuerpo caliente y la cabeza fría, en el abrazo cálido de la bañera-refugio, las cosas se ven de otro modo, te ves a salvo e incluso te permites bromear: ¡Joder, con los chubascos débiles! ¡pues no eran chubascos! (two vascos) ¡Al menos eran Thousanbascos! (mil vascos), y de débiles ¡tampoco tenían nada!

Ya una vez a gusto, con el cuerpo caliente y la cabeza fría, entre el abrazo pacificador de la bañera-refugio, las cosas se ven de otro modo, te ves a salvo e incluso te permites reflexionar: Que la vida es un poquito como aquella tarde de tormenta, que en ocasiones jugamos al que sí, que no, que caiga un chaparrón, unas veces con todas las papeletas y otras incluso sin querer jugar (merecido o no),pero eso da igual, forma parte del juego y la tormenta llega y te pilla de improviso a la vuelta de la esquina y te pones de barro hasta las orejas, incluso la hostia puede ser tal que te bloqueas y te paralizas. Puedes asumir el rol de víctima y quedarte estancado, maldiciendo tu mala suerte y el porque te ha tocado a ti si ni siquiera lo merecías, o puedes enfrentarte a la situación y coger las riendas de tu vida…Mi instinto me dijo que saliese de allí corriendo, lo mismo fue una gilipollez, pero tengo claro que mi instinto me sacó de la boca del lobo y muchas veces en la vida el instinto nos dice donde debemos ir, pero la mente lo acalla porque igual no es lo que dice la razón o la lógica y preferimos quedarnos en la tormenta y preferimos quedarnos cubiertos de barro y de mierda hasta las orejas… Por último, en el regenerador abrazo de mi bañera-refugio y con el baño ya convertido en el Londres del 52, también me percaté, de que todo fluye mejor cuando te pasas al polo positivo de la vida, todo empezó a mejorar en cuanto tuve claro que esa tarde no había ningún rayo destinado para mí.