Como muchos de mis domingos, este domingo pasado salí con mi bici de montaña a disfrutar de las carreteras invernales, hacía mal tiempo, pero es lo que toca a estas alturas del calendario, y unos días se aguanta mejor y otros peor.. El domingo nos tocó, a mí y a mi compañero de fatigas, un tramo de granizo fino, un trecho de nieve o agua-nieve, y un buen intervalo de lluvia, asique por muy preparados que íbamos acabamos con agua hasta en los gayumbos, la cosa se complica si la temperatura es muy baja como ocurrió aquel día, no llegaba a helar porque llovía pero aun así era muy baja, y empiezas a pasar del frio al cosquilleo del dolor en las extremidades, si aceleras siente más el aire frio en la ropa húmeda, y si te relajas dejas de sentir el calor que genera el cuerpo en el fuerzo, decidimos acelerar y llegar cuanto antes a casa. Ya en casa, me quité toda la ropa calada en la entrada, y me tumbé en una cama con la idea de ir subiendo mi temperatura corporal de forma progresiva, sin correr demasiado, podía haber ido a la ducha, pero no podría usar agua caliente, dolería demasiado y presentía que tampoco me apetecía el suave golpeteo del agua contra el cuerpo, asique me quedé en la cama aguantando el hormigueo doloroso que produce el renacer de pies y manos.
No recuerdo de pequeño haber sentido un frío así jamás, de hecho creo que no tengo recuerdos exagerados del frío, sospecho que de pequeño o no se siente igual el frío o no te afecta igual, pienso que de chicos estábamos hechos de otro material que se va debilitando según crecemos.
Recuerdo haber jugado con la nieve, pegarnos bolazos, construir un muñeco de nieve, en ocasiones hasta sin guantes, o con guantes de lana que para el caso es lo mismo, se te metía la nieve entre la ropa, acababas con las manos congeladas, te las arrimabas a la boca, esparciendo sobre ellas el aliento cálido y a los 2 minutos volvías a las andadas.
Resurgen los días de grandes heladas, de cuando te encontrabas estalactitas en los tejados y de las que estaban a nuestro alcance las rompías e incluso las chupabas como si de un polo de helado se tratase, de camino hacia el colegio te topabas con charcos de agua congelada, lo más importante era comprobar el grosor del hielo, y pisabas, si no se quebraba pataleabas rompiéndose en ocasiones y empapando las zapatillas, si el hielo era resistente y el tamaño del charco considerable se convertía en pista de patinaje, sin botas especiales, sin villancicos ni música, sin luces de colores y sin fotos de madres orgullosas o asustadas, pero con las mismas, risas, carcajadas, chillidos y culetadas.
Viene a mi memoria los momentos de recreos gélidos, sonaba la campana y como una estampida de rinocerontes corríamos al patio hiciese el tiempo que hiciese, al principio con los gabanes puestos por real decreto de tus padres y maestros, al rato se formaba una montonera de abrigos porque nos sobraban o nos estorbaban a todos, y ya si había futbol, te podías quedar en manga corta que poco te importaba, eras un semidiós.
No se me olvidará aquella mañana esperando el autobús del colegio, había caído una nevada bastante aceptable y el autobús se retrasaba, empezamos a jugar tontamente con la nieve y la cosa se fue acalorando, casi dábamos por hecho de que el autobús no aparecería asique empezamos a cavar trincheras para la batalla de nieve, a preparar munición, pero el vehículo llegó, ni siquiera nos dimos cuenta que íbamos de nieve hasta las orejas, y al subir al autobús, el autobusero (porque antes no existía el chófer), nos dijo; - tú y tú no entráis que estáis los 2 mojados!!!.
El otro que no entró en el autobús es el mismo que fue este domingo conmigo con la bici, mi compañero de fatigas, se nos quedó una cara de tontos que no sabíamos como actuar, y así continuamos durante un rato, inmóviles, impasibles, temíamos la reacción de nuestros padres, porque lo que es el frio.... Ni siquiera lo habíamos notado.
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