Observadores Onanistas

viernes, 25 de julio de 2014

Tiempo de cosecha.




Ayer volví a la tierra, a los campos de cereal, a la cosecha de las parcelas sembradas, a la siega de las mieses… Mi reencuentro con estas faenas se produce en un año, al menos en estas tierras muy poco agradecido con el agricultor, con escasa producción y bajo crecimiento, aun así ha llegado el momento de recoger el fruto, está en su estado óptimo de maduración dentro de sus agravios agrarios, dejarlo más tiempo sería echarlo a perder, condenarlo a su suerte, a la lotería de la meteorología, porque en lo tratante a la tierra cada día cuenta y hoy puede hacer sol y mañana llueve.

Pero yo tenía ganas de reencontrarme con la recolección del grano, y le guardo buen recuerdo a esta tarea, tenía unos cuantos años menos en mi currículo de la vida y era mi padre el que me llevaba, por echarle una mano o por hacerle compañía o por enseñarme un oficio o simplemente porque creía que era mi deber estar allí, pero yo a esto no le ponía pegas, no requería demasiado esfuerzo, incluso se puede decir que de cierta manera me fascinaba.
 
Ayer volví a ver los campos de trigo, de cebada, de centeno, es lo más común en estos lares, y rememoré el olor de la paja recién cortada, la esencia del grano al caer en el remolque, en definitiva el “perfume” de la cosecha, reviví los picores que producen las partículas suspendidas en el ambiente (tamo) e invoqué algún improperio con los pinchazos que proporcionan las pajas a las que se les ha pasado la cuchilla recientemente.

Y me subí a la cosechadora, como tantas veces lo hice de pequeño, me encantaba subirme a esa mole traga hierbas, al subir te sentías India Jones en la última cruzada, porque las cosechadoras no paran, tienen que seguir engullendo continuamente, a ellas te subes en marcha, aunque ayer pude comprobar que a la velocidad irrisoria de la máquina no hace falta ser Indiana Jones para subirte, el caso es que me subí, y en esa cabina que antaño me pareciera tan enorme, con mi cuerpo de ahora casi aparentábamos ser sardinas en lata, pero lo importante era volver a vivirlo, y ver el campo desde la perspectiva que te ofrece la altura y el andar tortuoso de la cosechadora en avance continuo y hablar con Adolfo.

Surgieron temas del estado del campo, de las enfermedades de este año, del tipo de trigo utilizado, del uso de la paja que se separa del grano y vinieron las historias de cómo empezó con esto, de cuando había que amortizar el dineral que costaba la máquina y se bajaban a finales de mayo, él y otros hasta casi Andalucía para venir segando de abajo hasta arriba por la piel de toro, ya que abajo maduran antes los sembrados, en una temporada que daban por finalizada en septiembre, solo en bajar tardaban dos días, ahora la mayoría montan sus cosechadoras en tráiler para llevarlas al destino deseado, pero claro eran otros tiempos, ni siquiera tenía que llevar coche piloto… Y así con el traqueteo de la segadora que no paraba de llenar su depósito y escupir lo sobrante, entre charlas y anécdotas, con las vistas fortuitas de animales que huían, se me escapó la tarde tontamente y di por finalizada mi cosecha.




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