Ayer
volví a la tierra, a los campos de cereal, a la cosecha de las parcelas
sembradas, a la siega de las mieses… Mi reencuentro con estas faenas se produce
en un año, al menos en estas tierras muy poco agradecido con el agricultor, con
escasa producción y bajo crecimiento, aun así ha llegado el momento de recoger
el fruto, está en su estado óptimo de maduración dentro de sus agravios
agrarios, dejarlo más tiempo sería echarlo a perder, condenarlo a su suerte, a
la lotería de la meteorología, porque en lo tratante a la tierra cada día
cuenta y hoy puede hacer sol y mañana llueve.
Pero yo
tenía ganas de reencontrarme con la recolección del grano, y le guardo buen
recuerdo a esta tarea, tenía unos cuantos años menos en mi currículo de la vida
y era mi padre el que me llevaba, por echarle una mano o por hacerle compañía o
por enseñarme un oficio o simplemente porque creía que era mi deber estar allí,
pero yo a esto no le ponía pegas, no requería demasiado esfuerzo, incluso se
puede decir que de cierta manera me fascinaba.
Ayer
volví a ver los campos de trigo, de cebada, de centeno, es lo más común en
estos lares, y rememoré el olor de la paja recién cortada, la esencia del grano
al caer en el remolque, en definitiva el “perfume” de la cosecha, reviví los
picores que producen las partículas suspendidas en el ambiente (tamo) e invoqué
algún improperio con los pinchazos que proporcionan las pajas a las que se les
ha pasado la cuchilla recientemente.
Y me
subí a la cosechadora, como tantas veces lo hice de pequeño, me encantaba
subirme a esa mole traga hierbas, al subir te sentías India Jones en la última
cruzada, porque las cosechadoras no paran, tienen que seguir engullendo
continuamente, a ellas te subes en marcha, aunque ayer pude comprobar que a la
velocidad irrisoria de la máquina no hace falta ser Indiana Jones para subirte,
el caso es que me subí, y en esa cabina que antaño me pareciera tan enorme, con
mi cuerpo de ahora casi aparentábamos ser sardinas en lata, pero lo importante
era volver a vivirlo, y ver el campo desde la perspectiva que te ofrece la
altura y el andar tortuoso de la cosechadora en avance continuo y hablar con
Adolfo.
Surgieron
temas del estado del campo, de las enfermedades de este año, del tipo de trigo
utilizado, del uso de la paja que se separa del grano y vinieron las historias
de cómo empezó con esto, de cuando había que amortizar el dineral que costaba
la máquina y se bajaban a finales de mayo, él y otros hasta casi Andalucía para
venir segando de abajo hasta arriba por la piel de toro, ya que abajo maduran
antes los sembrados, en una temporada que daban por finalizada en septiembre,
solo en bajar tardaban dos días, ahora la mayoría montan sus cosechadoras en
tráiler para llevarlas al destino deseado, pero claro eran otros tiempos, ni
siquiera tenía que llevar coche piloto… Y así con el traqueteo de la segadora
que no paraba de llenar su depósito y escupir lo sobrante, entre charlas y
anécdotas, con las vistas fortuitas de animales que huían, se me escapó la
tarde tontamente y di por finalizada mi cosecha.
Menosprecio de corte y alabanza de aldea... ¡Quién te lo iba a decir!
ResponderEliminarHay cosas que solo aprendes a valorar con el tiempo... Gracias por leerme.
EliminarChapeau!!!
ResponderEliminarMerci!!!. Gracias por leerme.
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